> Están de más las palabras. Hablamos para administrar el engaño. Lo que en último término ha de contar, acaecerá en silencio. Por favor, no me descubras tu pasado. No me confíes tus secretos. Guarda para otros la descripción de tus proyectos. No me interesan tus opiniones. ¿De qué nos servirá saber lo que pensamos de cada cosa? Dejemos que nuestras ideas nos torturen a solas, y callemos para que lo físico concierte una tregua con la Razón.> No toleraré que el lenguaje me detenga. No consientas que te paralice de nuevo la vorágine de la comunicación. Prefiero el calor del silencio a la mentira de la introspección... No te castigues la vista intentando sorprender un pedazo de verdad bajo el estruendo de mis máscaras. Apaga la luz y borra mi rostro de tu memoria. No podrás desnudarte, por mucho que te empeñes. Confórmate con esconder bajo las sábanas la perversidad de ese último disfraz que se confunde con tu desnudez, y deja que te acaricie por debajo de la piel hasta que resplandezca por fin la sinceridad absoluta del deseo.
Las cosas se nos escapan demasiado pronto porque las enredamos en la fatalidad del discurso. Lo verdaderamente serio se juega más allá del punto ante el que se rinden las palabras. No es posible aclarar lo que anida en el corazón de la medianoche -perece cada amanecer ante los primeros rayos del sol inquisidor.> No me preguntes qué siento por ti. Podemos prescindir de toda excusa, de todo motivo, de toda prueba. No me distraigas con la retórica del amor. Yo tampoco te abrumaré con el discurso de la guerra. Entramos en un tiempo en el que nuestros cuerpos se buscan para anudarse. Eso es todo.
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